Querido hijo, es exactamente la media noche y aún estoy despierto, no sé por qué extraña razón no he podido conciliar el sueño, pero creo que tiene que ver contigo, con tu maravillosa y huracanada juventud ávida de nuevas y emocionantes experiencias.
Con esa forma abrupta en que decidiste poner fin a la adolescencia para emprender el fascinante pero peligroso vuelo hacia los goces mayores sin la suficiente fortaleza en las alas y con tu código de vida escrito a medias, es decir, intentando graduarte de hombre sin pasar por la escuela; corriendo desbocado por los atajos sin tomarte el tiempo necesario para contemplar el paisaje; pretendiendo arrebatarle a tu existencia las rosas sin que las espinas te recuerden que por su perfume debe pagarse un precio. Perdóname, sé que eres el timonel de tu vida, pero recuerda que existe una gran diferencia entre el capitán de un navío y un humilde balsero, de ti depende la estatura de tu ánima y el tamaño de tus sueños; también está en tus manos el decidir si escoges el proceloso mar, formador de navegantes, o el discurrir sereno de las aguas de un río como el medio para alcanzar el puerto de tus realizaciones. Ahora entiendo la razón de mi desvelo.
Encuentro propicio el silencio de la noche para elevar una plegaria por ti al Dios de mis mayores para que jamás te abandone en esta difícil empresa que es la vida; para que no permita que el pájaro siniestro del odio anide en tu corazón; para que te señale el sendero del éxito sin retirar de él los obstáculos que fortalecen el espíritu y ponen a prueba la voluntad; para que discipline tus buenos hábitos alejándote del fracaso y domine tus ímpetus tornándote invulnerable frente a la maldad; para que nunca falte el pan sobre tu mesa, pero el pan digno, es decir, ni mendigado ni arrebatado; para que aleje de ti toda influencia maligna o negativa; para que te ayude a mantenerte sereno ante el enemigo, corajudo en la lucha, magnánimo en la victoria; reflexivo, fuerte y optimista en la derrota; generoso en la abundancia, prudente y mesurado en tiempos de escasez y, por sobre todo, honrado contigo y con los demás, cualquiera que sea el precio que estos pretendan ponerle a tu conciencia. Si la Divina Providencia atiende mis ruegos nada más necesitarás para ser grande, amado, respetado y feliz.
No te culpo por tus errores en la medida en que estos son a menudo réplicas de los míos, pero recuerda que jamás valió la pena emular los malos ejemplos ni las actuaciones indecorosas o inmorales de los demás. En todo caso, cuando la duda no te permita equilibrar la balanza del bien y el mal piensa por un instante en los valores y principios que tu madre y yo sembramos en tu corazón, sé que no te equivocarás en la elección. Acércate a quienes practican el bien como norma de vida; aprende de quienes tengan mucho para enseñarte y aparta de ti todo lo frívolo, odioso, intrascendente, vulgar y cotidiano, pues, ello constituye una pesada e inútil carga que acabará fatigándote el alma. Trata de devolver con largueza lo que recibes porque la ingratitud es el peor de los defectos y sé justo en todos tus actos.
Jamás consultes tus decisiones, excepto con tu conciencia; no permitas que influencias perniciosas perturben tu buen juicio ni arrojen sombras de duda sobre la orientación de tu voluntad, pero reserva en tu corazón un espacio para el consejo sabio y la sugerencia juiciosa; actúa pensando sólo en hacer el bien sin esperar recompensa alguna; pon en tus actuaciones toda la energía que se requiera para materializar los sueños que las inspiraron, recuerda que sólo de la calidad de la semilla y de los cuidados que prodigues a la siembra dependerá la cosecha. Evita por todos los medios que la aprobación, la censura, la envidia, la invectiva o la insidia de quienes te rodean determinen tus actos o malogren tus planes; aprende todos los días de las experiencias que la vida te depare, por dolorosas que estas parezcan, pues, el infortunio suele ser mejor maestro que la bienaventuranza. Y recuerda, por sobre todas las cosas, que eres una criatura de Dios y que un día serás llamado a rendir cuentas de tus actos, entonces sabrás cuán fructífero fue el tránsito por este valle de lágrimas y cuanto habrás ascendido en la escala hacia la perfección, porque aquí sólo estamos de paso. Amado hijo, perdona si he olvidado algo, estoy seguro de que tu buen juicio y tu inteligencia sabrán iluminar el tenue sendero que mis palabras han querido apenas delinear para insinuar el rumbo de tus pasos de viandante venturoso. Dios te bendiga por siempre.
Tu padre/Neiva. marzo 8 de 2003.
Q:.H:. Jimeno Rojas Sánchez
De los Maestros Secretos